sábado, septiembre 09, 2017

Sin previo aviso, de tus manos nació. Era tu eco, dulce melodía, que con suavidad me envolvió. Viajaba con lentitud, gentiles susurros que tocaban mi alma. Resbalando por mi piel, hubo un momento de calma que precedió a la tormenta.

Elegantes, ansiosos, tus dedos danzantes sobre las teclas me buscaban y yo, al más torpe contacto, me rendí a la armonía.

Era una reunión secreta la que tu voz amenizaba. Su existencia era clara para todos, mas nadie nunca le mencionó. ¡Cuánta ironía! Ambos sonreímos al encontrarse nuestras miradas y, ahí, el reflejo en el otro nos embelesó. El sonido de las voces a nuestro alrededor era un mudo susurro que el piano callaba.

Y sí,  era la musicalidad que emanabas lo que me atrapó, aquella inmensa luz que no todos lograban ver. ¿Era acaso que sólo yo podía distinguirle?

Aún con dudoso caminar, ahogué el tortuoso pensamiento, la hambrienta necesidad de alcanzarte y, en un gentil roce, supe que era el final: mi resistencia, mi cordura, mis sonrisas, mis pasos, ya nada podía retener. Era aquella melodía, era aquél tu canto, el nuevo guía en mi camino.

Una sonrisa, un suspiro.

El final estaba escrito: era la tempestad en mi interior un nuevo repertorio para ambos y, en la agitación, existe siempre tu voz.

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