domingo, octubre 06, 2013

Crooked

Saber que podía morir y dejar escapar su vida a manos de su gran amor era mágico para él. Ya no podía hablar, eran simples sonidos distorsionados, roncos y lúgubres los que lo envolvían ahora.
Era cuando tenía la sensación de que podía dejar ahí su maltrecho ser cuando las ideas acudían claras a él: su cuerpo nunca sería el mismo, ni su mente, ni su amor. Pero lo amaba.

Algo tenía que amar.

Necesitaba que lo mantuvieran vivo, que verdaderamente existiera ese sentimiento en él. Ser un robot, una muñeca de porcelana que adorna las esquinas de la mansión más lujosa no era su perspectiva de vivir, eso era una maldición. No viviría, ni moriría. Era la mierda más grande del mundo.

No sólo había arruinado su propia existencia, ni había corrompido a su novio, sino que estaba arrastrando a su maldito destino a personas inocentes e ingenuas que aún podían vivir.

Vivir.

Su cuerpo ya no daba más. Ni siquiera lograba hablar, escupir un sonido gutural, la articulación de una palabra, aún si nadie era capaz de escucharla.

El mayor no esperaba nada, sólo salía de ahí, abrochando el cinturón de su tan amado traje. Así fue esta vez, de nuevo, y él, ahí, tumbado, sin moverse, analizando como, aún si se trataba de la asquerosa falta de orgullo que le producía, lograba sonreís con sinceridad.

Así lo hizo. Curvó con suavidad sus labios y estalló en carcajadas, mientras con su mano rozaba el viscoso líquido en él, dejando que la sangre saliera un poco de su cuerpo, ensuciando sus sábanas. A esa hora, la mucama se habría dormido, y era lo mejor: dormiría con aquella mancha en su lecho, y nada lo complacía más que ver que aún era humano.

Se puso de pie, avanzó hasta el cuarto de baño y se detuvo de nuevo frente al espejo en el que se miró antes de su encuentro. Eran tantas las heridas y marcas en su cuello, en su cadera y piernas que gritaban de quién era propiedad. Sonrió mientras, con el impulso de la sonrisa abría la llave de la regadera y se metía bajo ella, para tomar una ducha. El agua, siempre hirviendo, con el mismo propósito que buscaba el constante sufrimiento de su piel.

De nuevo, no pudo evitar que la risa retumbara en las paredes y regresara a sus oídos, como un terrorífico sonido espectral. Era la agonía de la vida, podía escucharla una y otra vez, y no lograba dejar de burlarse de ella. Una lágrima resbaló por sus mejillas, mezclándose con el agua de la bañera. Una tras otra, las salinas gotas resbalaban de sus aturdidas y abiertas orbes. Enloquecía cuando lograba encontrar una sensación, pero nunca se arrepentía…

Porque lo amaba.

Lo amaba.

Sí, seguramente era eso, lo amaba.

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